17 ago 2015

ERMITAÑOS Y HAMILTON

En las grandes mansiones rurales (o manors) de Inglaterra, a lo largo de los siglos XVIII y XIX los ricos propietarios creían que tener uno o dos ermitaños en sus bosques y jardines proporcionaba placer a la vista, estos debían caracterizarse de manera adecuada y solían ser ancianos de barba larga y toscas túnicas de hilo grueso o piel de cabra, que habitaban en cavernas e refugios entre los árboles. 

Para contratarlos ponían anuncios en los periódicos y recibían numerosas respuestas de personas que veían resuelta así su forma de vida recibían alimentos, cierta protección y un sueldo anual.

La historia registró diversos casos concretos; Charles Hamilton, poseedor de una finca en Pain's Hall, Cobham, Surrey, durante el reinado de Jorge II en Gran Bretaña y Hannover (1673-1760). hizo construir un retiro especial en un empinado montículo que había en sus tierras. Consiguió a su ermitaño y firmó con él un contrato en el que se estipulaban las reglas que debía observar:  

1.- Permanecer siete años en la ermita, donde dispondrá de una Biblia, cristales ópticos, una esterilla para los pies, un cojín por almohada, un reloj de arena para contar las horas, agua para beber y alimentos de la casa. 
2.- Llevará una túnica de camelote tejido fuerte e impermeable, generalmente de lana y
jamás, bajo ninguna circunstancia, se cortará el cabello, la barba o las uñas.
3.- No abandonará los terrenos del señor Hamilton ni cambiará palabra con uno de los criados.

Si cumplía todas las reglas, al término de los siete años recibiría setecientas libras; sino lo hacía, ni una sola moneda. Aunque en principio aceptó las condiciones, al cabo de tres semanas presa de la desesperación y el aburrimiento renunció a tan excelente oportunidad.

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